Santiago. 12 febrero 2016. A ratos da la sensación que el ministro Valdés vive en otro país. Llamar a mover recursos, trabajadores y empresarios desde la minería hacia los sectores más rentables, como si se trataran de piezas de ajedrez, revela un exceso de teoría que hoy es inadmisible para la economía la chilena que apenas avanza. Asegura que “están todos los incentivos para que pase” ese cambio, aunque no detalla cuáles son esos alicientes que al resto de los mortales les cuesta identificar.
Un tipo de cambio sobre $700, desde la perspectiva de la autoridad, parece ser un impulso suficiente para lograr una reasignación de recursos. Así lo manifestó también en su momento el ex ministro Alberto Arenas, quien depositó toda su confianza en que el sector exportador sería uno de los motores de la economía en 2015.
Hoy sabemos que eso lamentablemente no sucedió, pues las ventas al exterior sumaron US$63 mil millones el año pasado, significando una caída de 16% respecto a 2014 y el peor registro en seis años. Es más, la tesis de que las ventas de productos no cobre compensarían el deterioro del metal rojo tampoco se dio, pues ellas retrocedieron 15%.
Los procesos de transformación son extremadamente lentos y eso explica que Chile siga siendo un país exportador principalmente de cobre, pese a que durante décadas se ha advertido el riesgo que ello representa. Ciertamente, podrían resucitar algunas leyes de fomento a exportaciones focalizadas y establecer nuevos incentivos. No basta con el tipo de cambio.
En su diagnóstico del momento actual, el titular de Hacienda plantea que hay “dos economías”: con una cercana a la recesión (como la minería) y otra que crece a mayores tasas gracias al tipo de cambio, como son el sector forestal, manufacturero y energético, a lo que agrega el sector de servicios.
El punto es que el país no necesita de más y más diagnósticos sino de hechos concretos que permitan avanzar. Y básicamente esto se resume en tres aspectos.
Por un lado, durante este mes de vacaciones sería un momento adecuado para anunciar un recorte del gasto público. El ministro Valdés no necesita que le recuerden la importancia de cuidar las cuentas fiscales. También debe actualizar el déficit estructural, pues los supuestos que hoy lo sustentan son completamente irreales, y el nuevo escenario impondrá sacrificios hacia adelante.
Por otro lado, a partir de marzo, las autoridades políticas y económicas deben sacar adelante una reforma laboral razonable que no exacerbe los conflictos al interior de las empresas, ni menos, transforme al nuevo Código Laboral en una fuente de problemas que antes no existían. Para ello, eso sí, el Ejecutivo debe estar convencido.
Un tercer aspecto, aunque igual de urgente que los dos anteriores, es impulsar un paquete de estímulo económico; una agenda pro crecimiento. Ello implica reconocer que el dinamismo del Producto es la base del progreso de la sociedad, cuestión que puede no resultar cómoda para la actual Administración, según se deduce de la erradicación de esos conceptos en los últimos dos años.
Todas estas tareas que tiene pendiente el Secretario de Estado, tendrían la virtud de dar un giro a las expectativas que se mantienen en terreno pesimista. Esto último lo corroboró el Banco Central en su Informe de Percepción de Negocios, el cual anticipa que 2016 será similar o ¡peor que 2015!
Y así también pudo palparse el viernes pasado: celebrar que el Imacec haya avanzado un 1,5%, significa que los mercados están extremadamente afectados.
En síntesis, la situación interna está lo suficientemente dañada como para mantener el statu quo. No tiene sentido autoengañarse con que es el factor internacional el que impide un repunte económico del país. El mayor problema está en el mercado interno y la solución está en las manos del Gobierno.
Fuente: Estrategia.