Punta Arenas. 5 abril 2017. Durante la década de los setenta se publicó el primer estudio que advertía sobre las consecuencias de la emisión a la atmósfera de clorofluorocarbonos (CFC). El estudio de 1974 liderado por el nobel mexicano Mario Molina alertaba del peligro de que estas sustancias desencadenarían la destrucción de la capa de ozono y el consiguiente aumento de la radiación ultravioleta, con terribles consecuencias para los seres humanos, animales y vegetación.
En 1985 un equipo del British Antarctic Survey verificó la existencia de un agujero en la capa ozono en la Antártica causado por las elevadas concentraciones de CFCs, acelerando ese mismo año la aprobación en la ONU el Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono, y dos años más tarde el Protocolo de Montreal para la reducción de la emisión de CFCs (de uso común en esa época equipos de refrigeración y químicos agrícolas).
Gracias al cumplimento del Protocolo de Montreal a partir de la década de los ochenta, diversos estudios, incluidos algunos de la Universidad Santiago de Chile (UdeSantiago) han confirmado recientemente que el agujero en la capa de ozono ha dejado de crecer y comienza su cierre progresivo que podría concretarse en la segunda mitad de este siglo.
Un equipo dirigido por el Dr. Raúl Cordero, del Departamento de física de la UdeSantiago, estudia en la Antártica los efectos del agujero de ozono en la climatología del hemisferio sur, mediante varios proyectos que cuentan con financiamiento logístico del INACH y fueron parte activa de la LII y LIII Expedición Científica Antártica (ECA 52 y 53).
El aumento de los niveles de radiación ultravioleta es uno de los efectos más conocidos de la depleción de la capa de ozono, pero la investigación de la UdeSantiago tiene su foco en los cambios en el clima del hemisferio sur durante los últimos 40 años, como consecuencia del agujero en la capa de ozono.
Se han observado aumentos de precipitaciones en latitudes cercanas a los 50º lat S (en la zona de Punta Arenas) y disminuciones de precipitaciones en las latitudes cercanas a los 40º lat S (en la zona de Puerto Montt). En esta última, en los últimos 40 años, las precipitaciones han disminuido a razón de 7% por década.
El factor antártico
Pero los cambios en el clima debido al agujero en la capa de ozono también han afectado las temperaturas de la Antártica. “El planeta entero se está calentando, pero la Antártica se está calentando llamativamente más lento que el Ártico, debido, entre otras cosas, al agujero de ozono. A medida que se recupera la capa de ozono, el ritmo de calentamiento podría aumentar aunque creemos que no al mismo ritmo que en el Ártico”, mencionó Cordero.
El Ártico ha experimentado a través de los años un derretimiento progresivo debido al aumento de temperaturas relacionadas al cambio climático y la elevada concentración de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono(CO2) o el metano. A pesar de que estas sustancias están presentes en todo el planeta, la Antártica no ha sufrido las mismas consecuencias que el Ártico.
Esto, debido a que, en primer lugar, el Continente Blanco se encuentra sobre tierra rocosa y firme que ayuda a mantener las temperaturas y la atmósfera en el hemisferio sur no contiene las grandes cantidades de aerosoles que sí existen en el Ártico y aceleran aún más su derretimiento. Además, el agujero de la capa de ozono también juega un rol pues al ser el ozono un gas de efecto invernadero, sus relativamente bajas concentraciones en la atmósfera Antártica ayudan a contrabalancear el efecto de las altas concentraciones de otros gases de efecto invernadero (como el CO2 o el metano).
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